Cuenta la leyenda que, cuando Jesús se retiraba a orar al desierto, la Rosa de Jericó, arrastrada por los vientos, se detenía dulcemente a sus pies y, de madrugada, después de abrirse con el rocío de la noche, ofrecía al Maestro las gotas de agua de sus ramitas. Jesús las tomaba con las yemas de sus dedos, llevándolas a los labios para calmar su ardiente sed. Conmovido, la bendijo.
Extendida esta leyenda con el paso de los años a otras naciones y otros continentes, diferentes etnias han considerado la Rosa de Jericó como Flor Divina, reconociéndola, además, como portadora de beneficiosas energías.
Se la reconoce como el talismán vivo, más poderoso y deseado.
Existe la firme creencia, arraigada en muchos pueblos de la Tierra, de que quien adopta y cuida una Rosa de Jericó, atrae milagrosamente hacia sí y los suyos PAZ, AMOR, SALUD, FUERZA, FELICIDAD,BIENESTAR ECONÓMICO…
Es por ello que antiguamente era frecuente encontrar una Rosa de Jericó en cada hogar.
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